Es necesario pensar, y es urgente. Cuando a una persona le planteo lo anterior, lo normal es que la conversación termine pronto, puesto que se descubre «falto de ganas de pensar». Se da cuenta de que su forma de pensar es completamente utilitarista, que no tiene nada que ver con un pensamiento racional, sino útil. Me conviene, lo pienso, no me conviene, dejo de pensar así y cambio de opinión.
Por mi trabajo convivo continuamente con chicos y chicas que comienzan la veintena. Es curioso observarlos, orgullosos de ser independientes, de «romper con las reglas», de romper con todo… Y son los que más esclavos están del pensamiento débil.
Las chicas, por ejemplo. No hay ni una sola chica que no vista parecida a la otra. Se distinguen en pequeñas «tribus universitarias», que podríamos definir a la perfección y se diferencian por un detalle u otro: un pañuelo palestino al cuello, una ropa cara y ajustada o un bolso de tal o cual diseñador. No sólo eso, sino que parece que hasta aquellas que estudian, por ejemplo, Derecho, son fácilmente distinguibles de sus compañeras de la clase de delante, que estudian Comunicación Audiovisual. Forman parte de un mundillo que presupone que las que estudian Derecho son de una forma y las que estudian Comunicación Audiovisual son de otra, y ellas están orgullosísimas de cumplir el estereotipo. ¿Qué sentido tiene que estas chicas proclamen estar fuera de toda regla, o «pensar por sí mismas»? Son esclavas de una imagen, de una forma de ser… De una forma de pensar que ni siquiera saben si es la correcta, pero es la forma de pensar de «aquellos que dicen pensar por sí mismos». La del pensamiento débil es una curiosa forma de ver la vida:
«Para pensar por tí mismo tienes que pensar como todos aquellos que dicen pensar por sí mismos».
Luego está su comportamiento en las relaciones de pareja, pero esto es harina de otro costal, del costal del feminismo, que no voy a tratar ahora.
Los chicos, son de otro mundo, pero no tan lejano. La exigencia de «la sociedad» -recuerde el lector, que yo soy el primer culpable- con las mujeres es tal, que deben de cumplir a rajatabla con el estereotipo de mujer «independiente» -nótense las comillas intencionadísimas-, triunfadora en lo laboral/educativo, gran compañera y madre, etc. Esta exigencia no existe como tal en los chicos, lo que les permite ser un poquito más independientes. Pero aún así, dentro de su «tribu universitaria», casi todos están cortados por el mismo patrón.
Pero lo más triste de los chicos no es que estén cortados por el mismo patrón, sino que al carecer de exigencias sociales tan fuertes, debido a que las mujeres son quienes reciben esas exigencias desde la liberación feminista, se han vuelto una generación decepcionada. Ninguno, salvo honrosas y escasísismas salvedades, tiene motivos para trabajar, estudiar, investigar… En definitiva, no tienen motivación, y esto se contagia de unos a otros. Pasan por la vida pensando: «¿Para qué?». No encuentran motivación alguna por la que esforzarse, y se convierten en profesionales de lo que se ha dado en llamar «generación ni-ni». Pero es que la generación «ni-ni» comprende a chicos -hay chicas ni-ni, pero son más escasas- que sí que están matriculados en algún estudio, o bien, dicen trabajar en algo. Aquello que estudian suele ser poco exigente, entretenido, nada complejo y, aún así, les cuesta bastante cursarlo, porque no están dispuestos a esforzarse por ello. Los chicos ni-ni que dicen trabajar, lo hacen en trabajos poco complejos, que no requieran gran pericia, o bien, en algún puesto de «enchufado» donde les coloca algún conocido que les permita no hacer, o hacer poco. Por eso para mi no son la generación ni-ni. Son la «Generación SiMo«. Sin motivación.

Son la generación que acude al SIMO, a la Campus Party y a cualquier «fregao» tecnológico, y luego no quiere estudiar Ingeniería «porque es difícil«. Les fascina la tecnología, pero no quieren ni oir hablar de aprender a desarrollarla, les gustan los coches, pero estudiar mecánica les parece tedioso, les gusta la música, pero, ¿cuántos están dispuestos a cursar solfeo y aprender de forma profesional algún instrumento? Les gusta disfrutar del conocimiento humano, pero no estudiarlo ni investigarlo.
Lo que más me entristece de este panorama, es que la sociedad -una vez más, yo- en la que viven les ha abocado a ello. ¿Por qué? Porque no les hemos dado una trascendencia. ¿Qué le ocurre a nuestros jóvenes? Que no ven más allá de la juerga del fin de semana, de sus triunfos amorosos, de sus coches, ordenadores, mp3 y conciertos.
Y eso es lo principal en su vida. ¿Por qué son así? ¿Por qué están desmotivados? Simplemente porque no tienen motivos para no estar desmotivados. ¿Le has hablado a tu hijo, querido lector, del por qué tiene que esforzarse -palabra tabú-? ¿Le has hablado del sentido de la honradez? ¿De su responsabilidad con «la sociedad», es decir, conmigo, contigo y con el que tienes al lado? ¿O le has transmitido un conjunto de derechos sin deberes? ¿O una lista de normas sin más? «Si sacas notas, te compro la Playstation», «Si te portas mal, no sales». ¿Y valores – otra palabra tabú-? ¿Le has enseñado? ¿Sabe lo que es la conciencia?
El problema es cuando el chaval/a descubre que si nadie le pilla «portándose mal», puede salir igualmente. Es más, descubre que «la sociedad» -yo- actúa así. Se da cuenta de que su padre, su profesor, o su alcalde, al revés que la mujer del César, aparenta ser justo, pero no lo es. Y así, descubre la doblez moral de nosotros -de tí y de mi-, y piensa en aplicarla también: ¿Por qué esforzarse en hacer el bien cuando puedo aparentarlo?
Por este motivo trascendente decía antes que las chicas no son tan «SiMo». Ellas tienen la motivación de cumplir con lo que se espera de cada una, y eso se traduce, al menos en el ámbito universitario que conozco, en que suelen ser mucho más aplicadas. No digo que sean más o menos inteligentes, sino que se esfuerzan más.
Además de todo esto, ambos tienen algo muy en común: no creen en la verdad universal. Creen en el relativismo puro. Su razonamiento es que es bueno lo que yo pienso, y como lo que yo pienso es lo que piensa la mayoría de los de mi tribu, tiene que ser bueno, porque, en democracia, la mayoría siempre tiene la razón. Si no es así, si no están con la mayoría, o mudan de opinión, o de «tribu social», debido a que el resto de «librepensadores» les afean la conducta de no pensar como la mayoría. Y la crítica suele ser más enfocada a su persona, o a creencias estereotípicas que a la idea en sí misma.
Imaginemos, por ejemplo, un corredor de bolsa. En estos días de crisis se le critica por especulador pero nadie le criticaba cuando ponía dinero para crear empresas y riqueza. O pongámonos en el otro lado de la balanza, el sindicalista. Se les critica por obedecer a ciertos intereses políticos y estar supeditado a ellos o bien por trabajar más bien poco, pero si hay una negociación salarial con la empresa todo el mundo quiere que los sindicatos «aprieten» al empresario para que les suba el sueldo. Y al final reducimos todo al simplismo más absoluto; los «mios» -de mi tribu- y los «otros». Empresarios contra sindicalistas, derecha contra izquierda, ateos contra creyentes, Islam contra Judaismo/Cristianismo, nacionalistas contra no-nacionalistas, fachas contra comunistas, etc. Hay que encajar al otro en una de esas tribus urbanas en las que poder difamarle. Porque el problema no es convencerle de que lo que piensa no es correcto, y convencerle con argumentos. El problema, al igual que en la serie de televisión «Perdidos», es que pertenece a «los otros».
Luego está el problema de la utilidad. Pienso aquello que me es útil. Puede que no tenga opinión sobre algo, pero sin duda, si lo hago yo o alguien a quien estime, estará bien. Ejemplo de cómo defendiendo a «los mios». Relativismo en estado puro. Las cosas son buenas o malas dependiendo de quién las haga.
Todos los chicos son solidarios… Con lo que les sobra y les apetece. En el mejor de los casos, hay gente «concienciada» que realmente pierde de su tiempo y dinero por ayudar a los demás, pero por un sentimiento casi-culpable, que muchas veces acaban proyectando con dureza en «los otros». Me disgustó bastante hace un tiempo un anuncio de televisión que salía un cooperante que miraba a la cámara llamando -de forma velada, eso sí- asesino al telespectador que no mandara dinero para ayudar a no morir de cólera o hambre a unos niños africanos. Muy peculiar forma de solidaridad…
También dicen comprender la igualdad en derechos y deberes entre el hombre y la mujer, pero los chicos no hacen más que despreciar a las mujeres tratándolas como meros objetos sexuales, y, tristemente, las mujeres se avienen a este juego de volverse un objeto de deseo. Tal vez lo segundo sea más sutil, pero no hay chica de la veintena que yo conozca que no quiera sentirse muy deseada por encima de todo. Y a veces, incluso por encima de su honra o incluso, de su dignidad como se humano. Sólo hay que encender la televisión para darse cuenta. Vender sexo para conseguir cariño o fama. Una transacción en la que todos parecen ganar.
Así, los jóvenes de hoy viven en la esquizofrenia permanente de «respetar» a las mujeres, utilizándolas. Las chicas, de tener una dignidad, siendo objetos sexuales. De aparentar ser solidarios, cuando ni siquiera son capaces de esforzarse por aquello que les conviene, como es estudiar o trabajar. Viven en la esquizofrenia de «tengo mis derechos» y «la sociedad -o sea yo- tiene que respetarme». Pero los derechos de cada uno de ellos, son una obligación para el resto. ¿Cómo se casa esto? Esquizofrenia. Ningún chico cree tener obligaciones reales. Ninguno las ha interiorizado. No tienen motivaciones para respetar o respetarse.
¿Qué hemos hecho mal la sociedad -yo de nuevo-? Les hemos quitado la trascendecia. No han interiorizado que «un grano no hace granero, pero ayuda a su compañero». O al revés, estafar unos euros a Hacienda no será gran cosa, pero si lo hacemos todos hundimos el país. Trascendencia. Tus actos, desde el más mínimo, tienen consecuencias. La libertad conlleva responsabilidad.
¡Pedazo de post que te has currado!
Te comento varias cosas, que me ha tocado ver y vivir:
– Con respecto a la ‘utilidad’ de estudiar, he visto como personas de mi edad gritaban a los cuatro vientos, ¿para qué estudiar si luego cobro más que tú en una tienda, en la construcción etc? No es tan disparatada esa opinión, cualquiera puede llegar a esa conclusión, pero lo que falta es visión a largo plazo. Ahora, y ‘gracias’ a la crisis, mucha de esta gente ve como el esfuerzo de estudiar (cuando ellos estaban ganando una pasta) ha merecido la pena. Ahora, están en el paro, y me dicen ‘¿y ahora qué? ¿toda la vida de dependienta?’ o ‘ahora en la construcción nada, me hace falta el graduado para tal’. Es triste, que nadie, en su momento, le inculcara esta ‘visión a largo plazo’ y hayan tenido que aprender ‘a base de palos’.
– Con respecto a la tecnología y motivación, una gran parte del problema lo tiene la educación ¿Cuántas veces he visto en clase a algún profesor que nos mostrara el primer día, hasta donde se puede llegar, que cosas se pueden crear, y una situación global? Pocos, y contados con los dedos de una mano. Es un problema básico. Los alumnos de ingeniería se enfrentan a asignaturas sin saber si eso se utiliza, o para que lo está aprendiendo. Eso lleva a que gente de mi carrera diga que las matemáticas no sirven de nada si programas (sí, eso lo dijo una vez un chico, y era de los más ‘empollones’). Así que ahí falla algo.
En general, los jóvenes no se mueven porque no tienen ningún tipo de incentivo que premie el esfuerzo, y los valores que comentas (honradez, esfuerzo, igualdad) están demasiado desprestigiados (sólo hay que ver las noticias: estafas, agresiones…).
Como conclusión, si a un joven le dejas vagar sólo por la sociedad, se pudrirá tanto como lo esté la sociedad (y lo está).
Saludos Pablo, y enhorabuena por el blog.
Gracias por el comment!!! Luego te respondo tranquilamente!
Bueeeeno tengo algo más de tiempo.
Pues la verdad es que poco que comentar. Por la parte que me toca, como profesor, mi gran problema de cada día es que mis alumnos entiendan que lo que hacemos en clase tiene aplicación directa con aquello que verán el día de mañana. A veces es sencillo, a veces no. Lo cierto es que lo mejor que te puede pasar como profesor es que alguien vuelva a decirte: «me sirvió mucho lo que me explicaste». Y es que a veces, hay que salirse del temario y volverse un poco «papá».